Bien es cierto que algunos sistemas políticos, y los partidos que hacen uso de ellos, utilizan a la juventud a su antojo, proporcionándoles herramientas para deshacer cualquier ápice de excelencia, cualquier indicio de genialidad, condenándoles a base de premios inmerecidos a la inapetencia social, política y de valores.
Siempre hemos asociado ese espíritu juvenil con actividades vitalistas, dinámicas, incluso dotadas de ciertos tintes de heroicidad: revueltas estudiantiles, grandes hazañas, explosiones culturales... Hoy descubrimos, en base a un estudio realizado, que los jóvenes son apáticos, que no tienen metas, que viven inmersos en el fracaso, sin perspectivas de futuro, y sin valores que cimienten lo que debe ser el devenir de nuestro país.
Cuando leo conclusiones como estas, no puedo más que sorprenderme de la ligereza con la que nos engloban a todos los jóvenes, como si la fecha de nacimiento nos hubiese unido en un pacto indestructible, como si bajo un mismo patrón hubiésemos sido adoctrinados para formar parte de una misma cadena.
Yo no conozco a nadie al que le hayan hecho ningún estudio sociológico, y prácticamente ninguno de mis conocidos hace uso del paseo marítimo para sus fiestas nocturnas los fines de semana. Ninguno de mis conocidos acude a romper marquesinas en las manifestaciones antisistema, ni quema contenedores bajo gritos de independencia. Quizás, me planteo a veces, he salido poco y he reducido mucho el tipo de personas de las que rodearme.
La juventud, como la vejez, la madurez, o la niñez, son estadios que no pueden definirse con parámetros, y mucho menos con estereotipos. Porque no todos los hombres de 65 años juegan al mus, o a la petanca, tampoco todos los jóvenes nos vemos reflejados en el ejemplo mediático que nos intenta aunar.
Por eso, es importante que la sociedad empiece por valorar a los jóvenes que si apuestan por el futuro, emprendedores, luchadores, con libertad de pensamiento y amplitud de miras, que no se dejen adoctrinar, que utilicen sus conocimientos y sus capacidades, al igual que lo hacen los que creen haber superado la juventud con el paso de los años, y con ella todos sus defectos. Es importante que se empiece a premiar a los jóvenes que deben servir como ejemplo, rompiendo así el esquema fácil por el que muchos acceden a su cuota de fama efímera.
Así pues, y aunque le sorprenda a muchos, hay jóvenes que seguimos creyendo en una educación en valores, que valoramos profundamente la familia como núcleo vital de nuestra sociedad, que creemos que en el esfuerzo como herramienta de crecimiento, y que huimos de todo aquello que nos engloba cual rebaño. Somos muchos los que tenemos inquietudes políticas, que buscamos en los periódicos o en las tertulias información que nos haga más partícipes de nuestra realidad.
Es muy probable que el ambiente actual de insignificancia, de obcecación y pobreza ideológica, voluntariamente creado, propicie que muchos sean presos del desaliento y se dejen llevar por la riada de subvenciones y ayudas varias, pero hay mucha más gente que exige nuevas ideas, que se niega a embotellarse en antiguas formas sociales y políticas, y que busca regenerar la sociedad, aportando todo aquello que a muchos de los que hoy nos critican se les ha olvidado: entusiasmo, honradez y sentido común.