Desconfíen de todo aquel que se esconda detrás del ruido para hacer valer sus ideales, seguramente es el recurso último del que no tiene recursos
Los españoles seguimos tirando de tópico para autodefinirnos, para reeditar antiguas versiones de nosotros mismos que algunos querríamos dejar atrás. Ayer, el país se movilizó ante un partido de fútbol, que era más simbólico que deportivo. La casualidad hizo que coincidiera en tiempo con el debate del estado de la Nación, por lo que la comparativa, me imagino, es obligada.
Y puestos a comparar, se me ocurre que las aficiones que ayer noche pitaban al escuchar el himno del país donde residen, en presencia del jefe del Estado que da nombre a la competición que fueron a presenciar, me hace pensar que el horario nocturno, en el deporte, hace que se enciendan los instintos más irracionales de los que acuden a presenciarlos. Quizás el carácter nacionalista de las dos aficiones, hermanadas entre sí por un extraño sentimiento de solidaridad entre dos que se creen iguales, hizo que TVE intentase ocultar bajo un primario truco de realización la tremenda pitada que se le propinó al himno.
Los políticos, forofos declarados como pudimos ver ayer entre debate y debate, no se quedan atrás en el uso de sus instintos cual afición irracional. El debate, en sus inicios, fue una batalla de aficiones: las palabras y los argumentos no tenían importancia. Toda residía en el guiño, en la palabra clave que desatase el aplauso ferviente de sus seguidores. Hubo incluso quien contabilizó el tiempo de aplausos tras cada intervención para adivinar quién iba a ser el vencedor del debate. Eso dejaba fuera de la lista de ganadores a interventores tan hábiles como Durán y Lleida o Rosa Díez.
El árbitro puso fin ayer a una cadena de despropósitos, a un partido que antes de iniciarse ya sabíamos cómo iba a acabar. El presidente del congreso puso fin ayer, antes de lo previsto, un debate que no tuvo inicio, pues fue continuación de lo de siempre, y que acabo cuando se encendieron los instintos por la razón que sigue moviendo las pasiones de los españoles. El debate político, sin vencedores, pero con todos vencidos, dejó paso a la batalla entre el deporte y la sinrazón. Ayer noche, por suerte o por desgracía, ganaron los dos.
Los españoles seguimos tirando de tópico para autodefinirnos, para reeditar antiguas versiones de nosotros mismos que algunos querríamos dejar atrás. Ayer, el país se movilizó ante un partido de fútbol, que era más simbólico que deportivo. La casualidad hizo que coincidiera en tiempo con el debate del estado de la Nación, por lo que la comparativa, me imagino, es obligada.
Y puestos a comparar, se me ocurre que las aficiones que ayer noche pitaban al escuchar el himno del país donde residen, en presencia del jefe del Estado que da nombre a la competición que fueron a presenciar, me hace pensar que el horario nocturno, en el deporte, hace que se enciendan los instintos más irracionales de los que acuden a presenciarlos. Quizás el carácter nacionalista de las dos aficiones, hermanadas entre sí por un extraño sentimiento de solidaridad entre dos que se creen iguales, hizo que TVE intentase ocultar bajo un primario truco de realización la tremenda pitada que se le propinó al himno.
Los políticos, forofos declarados como pudimos ver ayer entre debate y debate, no se quedan atrás en el uso de sus instintos cual afición irracional. El debate, en sus inicios, fue una batalla de aficiones: las palabras y los argumentos no tenían importancia. Toda residía en el guiño, en la palabra clave que desatase el aplauso ferviente de sus seguidores. Hubo incluso quien contabilizó el tiempo de aplausos tras cada intervención para adivinar quién iba a ser el vencedor del debate. Eso dejaba fuera de la lista de ganadores a interventores tan hábiles como Durán y Lleida o Rosa Díez.
El árbitro puso fin ayer a una cadena de despropósitos, a un partido que antes de iniciarse ya sabíamos cómo iba a acabar. El presidente del congreso puso fin ayer, antes de lo previsto, un debate que no tuvo inicio, pues fue continuación de lo de siempre, y que acabo cuando se encendieron los instintos por la razón que sigue moviendo las pasiones de los españoles. El debate político, sin vencedores, pero con todos vencidos, dejó paso a la batalla entre el deporte y la sinrazón. Ayer noche, por suerte o por desgracía, ganaron los dos.
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