Siempre que la razón humana, los esquemas prediseñados en los que basamos nuestros quehaceres diarios, y la lógica no consiguen resolver a priori tragedias como la que estos días hemos vivido con el accidente del vuelo de Spanair, en el aeropuerto de Madrid, se desempolva de mi memoria la palabra Serendipity.
Todo comenzó hace muchos años, cuando esa película irrumpió en mi vida, dándole la vuelta por completo. Desde entonces, el significado de esa palabra ha caminado junto a mi como a otros les acompaña el Carpe Diem. Según leí en una ocasión, se trata de un neologismo acuñado a partir de un cuento persa del siglo XVIII llamado «Los tres príncipes de Serendip», en el que los protagonistas, unos príncipes de la isla Serendip (que era el nombre árabe de la actual Sri Lanka), solucionaban sus problemas a través de increíbles casualidades.
Pero eso, claro, está descartado en nuestra sociedad de la información. Hemos creado una sociedad que funciona con la lógica del interruptor, con el paradigma del estimulo respuesta. Cuando este no funciona, cuando se resquebraja la certeza, echamos mano de la culpa para suplir el papel que hace tiempo interpretraba el azar.
Escuché estos días que para que un accidente de este tipo tenga lugar, se deben dar varios factores al mismo tiempo. Ese hecho, la coincidencia de varios factores en un espacio y tiempo concreto, es una serendipia, y cada una que ocurre nos recuerda lo lejos que estamos de controlar el mundo que nos rodea. Será quizas, que no es ese nuestro fin último.
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