Desde el gobierno no han desaprovechado ninguna ocasión durante este fin de semana para negar cualquier ápice de paralelismo entre Libia e Irak. Algunos se han preocupado en convencernos a todos de que el conflicto en Libia, que ha supuesto el envío de tropas de varios países europeos, entre ellos España, y EEUU, no es comparable al conflicto irakí.
Pero, ¿alguien había comparado las dos situaciones? Tanto interés en romper cualquier parecido hace que, los que no habíamos pensado en ello, estemos hoy dándole vueltas a esa idea. Seguramente el efecto contrario al que esperaban conseguir.
Si lo pensamos, este gobierno ha sido especialista en reinventarse, en metamorfosear cualquier opinión para convertirla en la más adecuada en cada momento. Ocurrió con las nucleares, ocurrió también con la crisis, con los datos del paro… Nos tiene acostumbrados a no tener convicciones firmes sobre ningún tema. Y eso, lejos de tranquilizar, nos preocupa, porque esa misma imagen que nosotros comprobamos diariamente, es observada por nuestros vecinos europeos, y por las agencias internacionales, y por los inversores.
Lo de Libia, lejos de ser una nueva misión de paz como la de Afganistán, es una guerra (como la de Irak), contra un tirano que reprime a su pueblo (como en Irak con Sadam). Libia es, mal que nos pese, un productor de petróleo y gas que nos abastece (motivo añadido al humanitario, como en Irak), y eso lo convierte en un escenario en el que debemos estar (…)
La vida le ha devuelto a Zapatero un segundo escenario en el que retratarse, y éste, lejos de amilanarse, ha cambiado flores por fusiles, ha cambiado críticas por halagos y, orgulloso, ha mandado a nuestras tropas junto con la de nuestros aliados internacionales (miren, aquí una diferencia: en otras ocasiones las retiró sin consenso internacional).
Si es cierto que muchas cosas están haciendo diferente este conflicto: no hay personas en las calles dejándose la garganta contra los partícipes de esta nueva guerra, a nadie le han preocupado los civiles que han muerto o van a morir durante los ataques aliados, y mucho menos que en este caso, los soldados españoles si vayan a formar parte de las ofensivas.
Esta gente de la ceja está hoy con los ojos puestos en otros lados, alejados de los derechos que hace unos años defendían por las calles de nuestro país. Esta vez los civiles no son tan importantes, no suponen un caladero de votos a nivel español, no tienen valía para aquellos que usan su demagogia para convencer a los ciudadanos.
Y a todo esto, España se apunta a esta guerra con una extraña forma de hacer las cosas: Francia se coloca en primera línea, haciendo hincapié en esa foto, mientras que los españoles vamos cerrando el convoy, como queriendo estar pero sin llegar, como figurantes en una guerra que pueda darnos o quitarnos, y para la cual debemos tener argumentos contradictorios.
España, según Blanco, trabaja “no para iniciar una guerra sino para acabar con ella”. Alguien debería decirle que España ha provisto de armamento a Libia durante estos últimos años, por lo que, en mi opinión, lo de desvincularse ahora de un conflicto al que nosotros hemos armado no es muy elegante.
Pero, ¿alguien había comparado las dos situaciones? Tanto interés en romper cualquier parecido hace que, los que no habíamos pensado en ello, estemos hoy dándole vueltas a esa idea. Seguramente el efecto contrario al que esperaban conseguir.
Si lo pensamos, este gobierno ha sido especialista en reinventarse, en metamorfosear cualquier opinión para convertirla en la más adecuada en cada momento. Ocurrió con las nucleares, ocurrió también con la crisis, con los datos del paro… Nos tiene acostumbrados a no tener convicciones firmes sobre ningún tema. Y eso, lejos de tranquilizar, nos preocupa, porque esa misma imagen que nosotros comprobamos diariamente, es observada por nuestros vecinos europeos, y por las agencias internacionales, y por los inversores.
Lo de Libia, lejos de ser una nueva misión de paz como la de Afganistán, es una guerra (como la de Irak), contra un tirano que reprime a su pueblo (como en Irak con Sadam). Libia es, mal que nos pese, un productor de petróleo y gas que nos abastece (motivo añadido al humanitario, como en Irak), y eso lo convierte en un escenario en el que debemos estar (…)
La vida le ha devuelto a Zapatero un segundo escenario en el que retratarse, y éste, lejos de amilanarse, ha cambiado flores por fusiles, ha cambiado críticas por halagos y, orgulloso, ha mandado a nuestras tropas junto con la de nuestros aliados internacionales (miren, aquí una diferencia: en otras ocasiones las retiró sin consenso internacional).
Si es cierto que muchas cosas están haciendo diferente este conflicto: no hay personas en las calles dejándose la garganta contra los partícipes de esta nueva guerra, a nadie le han preocupado los civiles que han muerto o van a morir durante los ataques aliados, y mucho menos que en este caso, los soldados españoles si vayan a formar parte de las ofensivas.
Esta gente de la ceja está hoy con los ojos puestos en otros lados, alejados de los derechos que hace unos años defendían por las calles de nuestro país. Esta vez los civiles no son tan importantes, no suponen un caladero de votos a nivel español, no tienen valía para aquellos que usan su demagogia para convencer a los ciudadanos.
Y a todo esto, España se apunta a esta guerra con una extraña forma de hacer las cosas: Francia se coloca en primera línea, haciendo hincapié en esa foto, mientras que los españoles vamos cerrando el convoy, como queriendo estar pero sin llegar, como figurantes en una guerra que pueda darnos o quitarnos, y para la cual debemos tener argumentos contradictorios.
España, según Blanco, trabaja “no para iniciar una guerra sino para acabar con ella”. Alguien debería decirle que España ha provisto de armamento a Libia durante estos últimos años, por lo que, en mi opinión, lo de desvincularse ahora de un conflicto al que nosotros hemos armado no es muy elegante.