Hoy me he levantado con la intención de redefinir mi condición católica, de denunciarme a mi mismo por pertenecer a una institución, en concepto de feligrés, que se sube al carro de extremismos sin sentido.
Según leía hace unos días, el prior del monasterio de la Real, Miquel Mascaró, en el uso de su libertad ha tenido contactos con nacionalistas catalanes, gallegos, vascos…de todo un poco, vamos. Y eso no tendría que pasar de ser una simple anécdota, insípida para los que no vamos a oír misa a la Real, pero hay nuevos detalles sobre él que me hacen recapacitar.
Y es que parece que la alergia al castellano también se ha instaurado en las raíces de la iglesia, y se ha convertido en la única opción, al menos en el monasterio de la Real, para los novios que se acercan a contraer matrimonio en dicho monasterio. David y Mónica, que así se llamaba la pareja en cuestión, preparan su boda con toda la ilusión del mundo, como la mayoría de las parejas, esperando que nada saliese mal y que el día de su boda fuese como ellos habían soñado. Mónica es de ascendencia andaluza, y empezó a no entender nada cuando el curso prematrimonial se le impartió en mallorquín. Podía entenderlo, ya que había otras parejas allí y debía aceptar lo que parecía la opción de la mayoría (aunque nadie preguntó). Pero su sorpresa fue mayúscula cuando el párroco no accedió a oficiar su boda (en la que sólo ellos decidían) en castellano, por mucho que Mónica le comentase que la mayoría de invitados al evento eran familiares andaluces, que no iban a comprender nada de lo que allí se diría.
De la Salve rociera, ni hablar. Se negó en rotundo a permitirla en la iglesia, así que los novios decidieron elegir otra iglesia, y se casaron a su gusto. Y no sé si ese padre tiene o no derecho a imponer sus creencias lingüísticas a los creyentes religiosos de su parroquia, pero el hecho de que el monasterio esté ocupado por la Orden de los Sagrados Corazones, simpatizantes de formaciones afines al nacionalismo catalán y mallorquín, y que en él se hayan pronunciado conferencias llevadas a cabo por personajes como Iñaki Gil de San Vicente (ex batasuno) si que puede ser comentable. Ni hablar ya de la negativa a permitir la Salve, con la excusa de que el coro rociero era propio de la cultura andaluza, no de la mallorquina, y no eran asimilables.
Y es que más le valdría apelar menos al Concilio Vaticano II, y más al sentido común.
Según leía hace unos días, el prior del monasterio de la Real, Miquel Mascaró, en el uso de su libertad ha tenido contactos con nacionalistas catalanes, gallegos, vascos…de todo un poco, vamos. Y eso no tendría que pasar de ser una simple anécdota, insípida para los que no vamos a oír misa a la Real, pero hay nuevos detalles sobre él que me hacen recapacitar.
Y es que parece que la alergia al castellano también se ha instaurado en las raíces de la iglesia, y se ha convertido en la única opción, al menos en el monasterio de la Real, para los novios que se acercan a contraer matrimonio en dicho monasterio. David y Mónica, que así se llamaba la pareja en cuestión, preparan su boda con toda la ilusión del mundo, como la mayoría de las parejas, esperando que nada saliese mal y que el día de su boda fuese como ellos habían soñado. Mónica es de ascendencia andaluza, y empezó a no entender nada cuando el curso prematrimonial se le impartió en mallorquín. Podía entenderlo, ya que había otras parejas allí y debía aceptar lo que parecía la opción de la mayoría (aunque nadie preguntó). Pero su sorpresa fue mayúscula cuando el párroco no accedió a oficiar su boda (en la que sólo ellos decidían) en castellano, por mucho que Mónica le comentase que la mayoría de invitados al evento eran familiares andaluces, que no iban a comprender nada de lo que allí se diría.
De la Salve rociera, ni hablar. Se negó en rotundo a permitirla en la iglesia, así que los novios decidieron elegir otra iglesia, y se casaron a su gusto. Y no sé si ese padre tiene o no derecho a imponer sus creencias lingüísticas a los creyentes religiosos de su parroquia, pero el hecho de que el monasterio esté ocupado por la Orden de los Sagrados Corazones, simpatizantes de formaciones afines al nacionalismo catalán y mallorquín, y que en él se hayan pronunciado conferencias llevadas a cabo por personajes como Iñaki Gil de San Vicente (ex batasuno) si que puede ser comentable. Ni hablar ya de la negativa a permitir la Salve, con la excusa de que el coro rociero era propio de la cultura andaluza, no de la mallorquina, y no eran asimilables.
Y es que más le valdría apelar menos al Concilio Vaticano II, y más al sentido común.
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