La jornada de ayer, calificada de Huelga General por quienes trabajaron más que nunca, nos ha demostrado que la vida nos relaciona lo épico con lo tópico, de forma que los paralelismos vienen a nosotros de forma clara. Y para muestra, ayer, una caja de botones.
El sindicalismo, de la mano de sus dos artistas principales, plagados de argumentos pobres para quien se postula como actor principal en el diálogo social, le cantó las cuarenta a un gobierno mermado de poder, falto de ganas, relajado y benevolente.
Una huelga descafeinada que nos deja una idea clara: nadie tenía intención de herir a nadie. Fue una guerra sin armas, un combate sin golpes, ni bajos ni altos. De vez en cuando, algún pequeño empujón y alguna palabra más alta que la otra…pero empate técnico, al fin y al cabo.
Será quizás porque ayer el dúo Pimpinela (Gobierno y Sindicatos) llevaron a cabo su mejor interpretación haciendo uso de nuestro país como escenario improvisado. Su relación, lejos de ser la de una pareja descontenta, se basa en la hermandad. Lejos de salir de la huelga de ayer separados en la distancia, sus palabras al final de la misma no hacen más que corroborar el camino común que les queda por andar todavía.
Y es que catalogar una Huelga General de éxito, cuando habiendo 300.000 delegados sindicales, se consigue reunir tan sólo a 17.000 personas, que es el número aproximado de liberados sindicales de Madrid, en la manifestación más importante de España, no es más que un insulto a la inteligencia de los militantes de dichos sindicatos, que dieron ayer más que nunca la espalda a las tragicomedias a las que nos tienen acostumbrados los actores de este despropósito.
El Gobierno, por su parte, evitó hacer sangre con datos hirientes que dejasen a los sindicatos en una situación incómoda, y reconoció una participación desigual y de carácter moderado. Esa ambigüedad, fruto de un intento de no herir sensibilidades, deja las puertas abiertas a nuevos pactos en breve con los sindicatos, que olvidarán sus enfados en cuanto vuelvan a ver aprobadas sus partidas presupuestarias para el año que viene.
El desapego ciudadano que ya había cultivado la clase política española se ha contagiado a los representantes sindicales, que empiezan a sentir como el suelo se mueve bajo sus pies, y deben hacer una lectura crítica de esta situación vivida ayer.
Mientras tanto, seguiremos viendo, en diferentes escenarios, las peleas de dos enamorados, que tras las bambalinas vuelven a ir de la mano, como hermanos que son, hacia el mismo objetivo, que no es más que mantener el sillón, cada uno en su despacho, el mayor tiempo posible.
El sindicalismo, de la mano de sus dos artistas principales, plagados de argumentos pobres para quien se postula como actor principal en el diálogo social, le cantó las cuarenta a un gobierno mermado de poder, falto de ganas, relajado y benevolente.
Una huelga descafeinada que nos deja una idea clara: nadie tenía intención de herir a nadie. Fue una guerra sin armas, un combate sin golpes, ni bajos ni altos. De vez en cuando, algún pequeño empujón y alguna palabra más alta que la otra…pero empate técnico, al fin y al cabo.
Será quizás porque ayer el dúo Pimpinela (Gobierno y Sindicatos) llevaron a cabo su mejor interpretación haciendo uso de nuestro país como escenario improvisado. Su relación, lejos de ser la de una pareja descontenta, se basa en la hermandad. Lejos de salir de la huelga de ayer separados en la distancia, sus palabras al final de la misma no hacen más que corroborar el camino común que les queda por andar todavía.
Y es que catalogar una Huelga General de éxito, cuando habiendo 300.000 delegados sindicales, se consigue reunir tan sólo a 17.000 personas, que es el número aproximado de liberados sindicales de Madrid, en la manifestación más importante de España, no es más que un insulto a la inteligencia de los militantes de dichos sindicatos, que dieron ayer más que nunca la espalda a las tragicomedias a las que nos tienen acostumbrados los actores de este despropósito.
El Gobierno, por su parte, evitó hacer sangre con datos hirientes que dejasen a los sindicatos en una situación incómoda, y reconoció una participación desigual y de carácter moderado. Esa ambigüedad, fruto de un intento de no herir sensibilidades, deja las puertas abiertas a nuevos pactos en breve con los sindicatos, que olvidarán sus enfados en cuanto vuelvan a ver aprobadas sus partidas presupuestarias para el año que viene.
El desapego ciudadano que ya había cultivado la clase política española se ha contagiado a los representantes sindicales, que empiezan a sentir como el suelo se mueve bajo sus pies, y deben hacer una lectura crítica de esta situación vivida ayer.
Mientras tanto, seguiremos viendo, en diferentes escenarios, las peleas de dos enamorados, que tras las bambalinas vuelven a ir de la mano, como hermanos que son, hacia el mismo objetivo, que no es más que mantener el sillón, cada uno en su despacho, el mayor tiempo posible.