La victoria de España en el mundial de Sudáfrica no ha dejado sólo buenos momentos, y satisfacción. Hay personas, como mi antiguo compañero de estudios, Miquel, que manifestaron su apoyo a Holanda por ir en contra de los colonizadores que le robaron su identidad a su tierra. Tras varios cruces de palabras, saqué diversas conclusiones de la evolución de este tipo de pensamientos: primera, que Miquel está radicalizado, y que con su opinión maneja la historia a su antojo; segunda, que a pesar de que no a todos les gusten las banderas con el torito, o los gestos patrióticos, casi todo el país vibró, se emocionó con la victoria, y dejó a un lado su condición política, excepto los que deben vestirse a cada momento de radicales intransigentes, puesto que creen que si aflojan su causa tendrá menos sentido.
Las celebraciones y el apoyo a la selección fue visto por mi amigo Miquel como una manifestación imperialista y fascista, hasta tal punto que apoyó a Holanda en la final. Hartos de su discurso victimista, mediante el cual quien no piensa como él se convierte por ende en un fascista, le di mi opinión acerca de su forma de pensar, y se sintió agredido, increpado, cohartado en sus libertades, y se remitió a una época lejana de nuestro pasado para intentar encontrar las razones que le abalaran.
Resultó simpático tener que explicarle que, si no le gustaban los colonizadores, Holanda no era el mejor equipo al que dar su apoyo. Y es que el relativismo histórico del que hacen uso para dar vuelo a unas banderas o apoyar unos actos, y no otros totalmente comparables, es una actitud visceral i no casual. ¿Dónde empieza exactamenta la Historia para ellos? El día antes del Decreto de Nueva Planta, quizás. ¿El 1 de Enero de 1229?
Soy mallorquín, de padre andaluz y madre castellana, me apellido Cortés y es de suponer que esas condiciones me relegan a ser ciudadano de segunda, y no un “mallorqui d’arrels”. Supongo también que no podré nunca acceder a esos derechos identitarios adquiridos por los nacionalistas sobre las islas, aún más lejos, apellidarme Cortés me debe predisponer genéticamente al fascismo.
Nada de eso es cierto, pero la pedagogía llevada a cabo tras el franquismo no era pedagogía, era un lavado de cerebro tan grave como el realizado años atrás por aquellos a los que critican. Es difícil reconocer los errores históricos, pero puestos a analizar unos, analicen todos.
En mi opinión, el discurso nacionalista en Mallorca se ha de revisar, porque el victimismo y el rechazo frontal al Estado no ha calado en la sociedad, y sólo ha servido para dejar caducar sus tesis, sus reclamaciones, sus reivindicaciones. El concepto de presión social para los no castellano-parlantes ya no tiene sentido, y menos con todo el entramado catalanizante que se ha inventado este gobierno, y el anterior, a costa de los castellano-parlantes. Ha variado también el estrato social de nuestras islas, y su composición, pero todo esto se les olvida cuando se trata de reivindicar la pretendida y malentendida independencia, presa ya en mayor medida de intereses particulares y partidistas, a la que una revisión de los argumentos dejaría sin sitio en las diferentes instituciones que regentan. Ese inmobilismo social también lo es político, reclamando proclamas del siglo XIX cuando nos hayamos en un siglo XXI globalizado donde los estados tienden a dejar de tener sentido, donde las uniones hacen más fuerte a los habitantes de los territorios donde se llevan a cabo.
Por eso, y por mucho más, espero que todo aquel que haya querido celebrar la victoria del combinado nacional, haya podido hacerlo. Yo, en mi caso, disfruté sin ser fanático del futbol, de una noche llena de alegría, en la que Mallorca se vistió de española por unas horas. Esperemos que no quede en un gesto.
Las celebraciones y el apoyo a la selección fue visto por mi amigo Miquel como una manifestación imperialista y fascista, hasta tal punto que apoyó a Holanda en la final. Hartos de su discurso victimista, mediante el cual quien no piensa como él se convierte por ende en un fascista, le di mi opinión acerca de su forma de pensar, y se sintió agredido, increpado, cohartado en sus libertades, y se remitió a una época lejana de nuestro pasado para intentar encontrar las razones que le abalaran.
Resultó simpático tener que explicarle que, si no le gustaban los colonizadores, Holanda no era el mejor equipo al que dar su apoyo. Y es que el relativismo histórico del que hacen uso para dar vuelo a unas banderas o apoyar unos actos, y no otros totalmente comparables, es una actitud visceral i no casual. ¿Dónde empieza exactamenta la Historia para ellos? El día antes del Decreto de Nueva Planta, quizás. ¿El 1 de Enero de 1229?
Soy mallorquín, de padre andaluz y madre castellana, me apellido Cortés y es de suponer que esas condiciones me relegan a ser ciudadano de segunda, y no un “mallorqui d’arrels”. Supongo también que no podré nunca acceder a esos derechos identitarios adquiridos por los nacionalistas sobre las islas, aún más lejos, apellidarme Cortés me debe predisponer genéticamente al fascismo.
Nada de eso es cierto, pero la pedagogía llevada a cabo tras el franquismo no era pedagogía, era un lavado de cerebro tan grave como el realizado años atrás por aquellos a los que critican. Es difícil reconocer los errores históricos, pero puestos a analizar unos, analicen todos.
En mi opinión, el discurso nacionalista en Mallorca se ha de revisar, porque el victimismo y el rechazo frontal al Estado no ha calado en la sociedad, y sólo ha servido para dejar caducar sus tesis, sus reclamaciones, sus reivindicaciones. El concepto de presión social para los no castellano-parlantes ya no tiene sentido, y menos con todo el entramado catalanizante que se ha inventado este gobierno, y el anterior, a costa de los castellano-parlantes. Ha variado también el estrato social de nuestras islas, y su composición, pero todo esto se les olvida cuando se trata de reivindicar la pretendida y malentendida independencia, presa ya en mayor medida de intereses particulares y partidistas, a la que una revisión de los argumentos dejaría sin sitio en las diferentes instituciones que regentan. Ese inmobilismo social también lo es político, reclamando proclamas del siglo XIX cuando nos hayamos en un siglo XXI globalizado donde los estados tienden a dejar de tener sentido, donde las uniones hacen más fuerte a los habitantes de los territorios donde se llevan a cabo.
Por eso, y por mucho más, espero que todo aquel que haya querido celebrar la victoria del combinado nacional, haya podido hacerlo. Yo, en mi caso, disfruté sin ser fanático del futbol, de una noche llena de alegría, en la que Mallorca se vistió de española por unas horas. Esperemos que no quede en un gesto.